Escritos

Y si hay un deseo que pudiese pedir en este instante, seguramente fuese que todo el mundo pudiese ver Perú a través de mis ojos. Porque donde todos escuchan miedo, yo he visto amor, empatía, humanidad y mucha vida. Siempre lo diré, es el lugar de los sueños, de las ganas y de la felicidad. La que es más sencilla pero a la vez más bonita.  
Porque la grandeza del Machu Picchu se queda en la sombra si la comparas con la de sus personas. Los siete colores más bonitos de la montaña, he tenido la suerte de verlos, diariamente, en la pupila de los ojos de cada niño/a cuando corrían a saludarme por la mañana.  Y si en la profundidad del Lago Humantay está lo que lo hace especial es porque no habéis podido llegar a todos y cada uno de los corazones de quien he conocido ¡eso sí que era especial!  Y si la combinación del desierto con el mar te parece un gran contraste, es quizás porque no has entrado a la casa de cualquier local, porque da igual lo que tengan, estate segura de que no saldrás con las manos (ni corazón) vacías.  
Perú es mucho más de lo que se ve y de lo que se cuenta. Es algo que se tiene que vivir y yo, afortunadamente, he tenido la suerte de conseguirlo.


Imagen de Ana Beatriz Acosta
Creo que todos somos merecedores de escuchar la historia de Diego. Ahí donde lo veis, Diego es mucho más que esa imagen, aunque he de decir que la misma refleja a la perfección su personalidad.
Nueve años, nuevo en el colegio y una timidez reflejada en sus mejillas sonrojadas. Así podría definirlo de primeras. Siempre se esconde, no llama la atención y su voz es a la vez de floja, dulce. Solo con quien ha cogido confianza ha podido verlo bailar y cantar a la vez, yo he sido una de esas privilegiadas, aunque está claro que me costó muchos abrazos, risas y conversaciones.
En el 2017, a las cinco de la mañana fueron levantados toda su familia por el agua, la cual llegaba por sus rodillas, y suerte que fueron las 5 y no las 3, me comentó su madre. Entre gritos, susto y miedo corrieron a un monte, donde horas después, fueron rescatados por un helicóptero gracias a Fe y Alegría. Consiguieron huir del agua, pero no de todas las repercusiones que eso conllevó: pérdida de su casa, sus animales, cultivos y sus juguetes, en especial su coche de plástico, el cual sigue añorando tras dos años .
Ellos comenzaron de nuevo su vida, intentando restaurar y crear todo desde cero, sin importar que el fenómeno sea cíclico y quién sabe si en algún momento volverán a encontrarse en esa situación. No pueden dejar lo que tienen, palabras textuales de su padre. 

Aún recuerdo la sensación que tuve cuando entré por primera vez a esa casa. Jamás había visto una igual en Perú, aunque a pesar de su aspecto, la sentí más hogar que nunca. Su madre y padre me abrieron las puertas y el corazón, contándome sentimientos de ese día tan trágico. A la vez, Diego ilusionado me enseñaba el río que se desbordó y sus mascotas nuevas, se sintió protagonista y dejó a un lado la timidez, y de veras, que fue maravilloso.
Sin importar lo que tenían, la madre nos preparó la comida y nos dio una bolsa llena de fréjoles y plátanos, una a cada uno los dos días que fuimos. Para mí, no hay un mejor significado de la palabra generosidad.
Si no hubiese preguntado a los profesores sobre qué niño podíamos grabar para un vídeo de sensibilización, jamás habría conocido la historia de Diego. Gracias a eso, aprendí una lección. En esta vida, NUNCA ES LO QUE SE VE. Todos tenemos historias que contar, mucho que aportar y está en nuestras manos el lanzarnos a conocerlas o no.
Porque hay historias que marcan, y luego, está la de Diego, que da lecciones de vida.

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